FUE DARWIN EL NEWTON DE LA BRIZNA DE HIERBA
d0i: 10. 500711 808-1711. 2012v16n1 P53 ¿FUE DARWIN EL NEWTON DELA BRIZNA DE HIERBA? GUSTAVO CAPONI Universidade Federal de Santa Catarina / CNPq Abstract. Ratifying Haeckel and contradicting Kant’s negative prophesy, in this paper try to show that Danvin was, really, the Newton of the blade of grass. Darwin showed how the configurations according to goals of the living beings, could be explained from a naturalistic point of view, without having to postulate the existence of an intentional agent that had arranged or prearranged then. This achievement, nevertheless, was obtained by a way that
Kant could not foresee and that Haeckel could not understand: Darwin came there showing that there was more natural science than that Newton, Kant and Haeckel could conceive. K0MaHAa I ecwposawe OKHO Cnpa3Ka completamente por meras causas mecanicas». pero, lo que en Lichtenberg y en el Kant precrítico simplemente aparece como un desaffo mayor que aquel cuya superación Newton había permitido entrever, en el Kant de la Critica de la Facultad de Juzgar, ya aparece erigido en una imposibilidad definitiva: en algo que escapa, irremediablemente, a los límites de nuestro entendimiento (cf. Ginsborg 2001 , p. 1 Kant (KU S 75, 333-4)1 decía ahí que: Es, en efecto, completamente cierto que ni siquiera podemos con suficiencia tomar conocimiento de los seres organizados y de su posibilidad interna con arreglo a principios meramente mecánicos de la naturaleza, y mucho menos explicárnoslos; y ello con tal certeza que se podría decir atrevidamente que para los hombres es absurdo el solo trazar un plan semejante, o esperar que acaso pudiese nacer alguna vez un Newton que hiciese concebible no más que la generación de una brizna de hierba con arreglo a leyes naturales a las que no ha ordenado ninguna intención, sino que ebe negársele absolutamente esta inteligencia a los hombres. Principia 16(1): 53-79 (2012). published by NEL — Epistemology and Logic Research Group, Federal University of Santa Catarina (UFSC), Brazil. Gustavo Caponi «Sin embargo», según ocho décadas 68], p. 9) escribiría casi Hae irresoluble»; y muchos autores contemporáneos, como Christopher Smith (1977, p. 320); Ernst Mayr (1988, p. 59), Peter GodfreySmith (1998, p. 71 8), Timothy Shanahan (2004, p. 283), Michael Ruse (2008, p. 34) y Alexander Rosenberg (2011, p. 47), continúan subscribiendo a esa afirmación. Según ellos, Haeckel estaba en lo cierto y Kant se había equivocado: el Newton de la brizna de hierba acabó naciendo veinte años después de la publicación de la tercera crítica; y hasta terminó enterrado en la misma abadía en la que ya se había agusanado aquel que, SI le hacemos caso a Lichtenberg, conquistó su gloria resolviendo un problema mucho más sencillo que el representado por la disposición de una planta.
En las próximas páginas, sin querer indagar en profundidad sobre las razones que llevaron a Kant a suponer que esa era una cuestión que escapaba al alcance de la ciencia natural, y sin pretender reconstruir su argumento eterminando cómo es que el mismo se inserta en el edificio de la filosofía critica,2 intentaré delimitar cuál era exactamente esa cuestión que él declaró insoluble; para luego indicar por qué es que puede decirse que Darwin la resolvió dentro de los límites de la ciencia natural. Aunque, menester es reconocerlo, esa resolución haya llegado por un camlno que no era exactamente el mismo que aquel que Kant consideraba impracticable; ni tampoco el mismo que Haeckel creyó que Darwin habla recorrido (cf. Cassirer 1948a, p. 200).
En realidad, Darwin resolvi n mostrando que, en lgún sentido, había 3 OF que, en algún sentido, había más ciencia natural que la que Kant había considerado posible; y eso ni siquiera Haeckel lo pudo entender. Esto, sin embargo, no implica un debilitamiento de la tesis que quiero defender; porque, sea como sea, Darwin llegó a esa solución por la vía de la ciencia natural; sin apelar a nada semejante con una intención que haya ordenado las leyes naturales en vistas a que ellas fuesen capaces de producir seres organizados. 2. Pertinencia de la cuestión Aun sin cuestionar, ni remotamente, el logro de Darwin, lo cierto es que existen uenas razones para dudar de que Haeckel realmente haya tenido razón.
En primer lugar, es claro que la estrategia explanatoria desplegada en Sobre el origen de las especies (Darwin 1 859), no encaja del todo bien en lo que podría caracterizarse como el modelo newtoniano de ciencia. 3 La propia idea de ‘causación remota’, que el mismo Mayr (1998, p. 133-7) caracteriza como específicamente biológica, y ausente de ese dominio de pura causación próxima que es la Física, ya nos indica algo significativo a ese respecto; y también nos hace dudar de las razones que este último principia 160): 53-79 (2012). ?Fue Darwin el Newton de la Brizna de Hierba? 55 in vacilación, que Darwin autor pudo haber tenido p fue realmente ese natural; y eso ya lo descalificaría para competir por el cetro de Newton de la Biología.
Por otra parte, y ya entrando de lleno en la cuestión sobre la cual realmente gira el diferendo entre Kant y Haeckel, está también la cuestión relativa al papel que la perspectiva teleológica desempeñaría en las explicaciones darwinianas por selección natural (cf. Cassirer 1948a, p. 204). Haciendo abstracción de algunas pocas excepciones, como la representada por Michael Ghiselin (1997, p. 94), hoy la mayor parte de los filósofos de la biología asume,4 como Francisco Ayala (1970) tempranamente lo hizo, que, de un modo u otro, y aunque no sea fácil explicar cómo (cf. Lennox 1 992, p. 332-4), esa perspectiva teleológica continúa presente en las explicaciones por selección natural. Después de todo, y como Godfrey-Smith ha dicho (1998, p. 19), «el darwinismo explica las briznas de hierba sin Dios, pero no sin la idea de diseño»; y es ahí en donde primeramente la teleología muestra su Incierta silueta, diciéndonos que ella no se ha ido de la Biología (cf. Lennox 1 992, p. 330 y ss). Para muchos, entre los que humildemente me cuento (Caponi zoooa; 2003a), uno de los grandes logros de Darwin está, justamente, en haber hecho a la teleología «segura para la ciencia» (Rosenberg & Mcshea 2008, p. 16); y creo que Daniel Dennett (1996, p. 129) tiene razón cuando afirma que la necesidad darwiniana, esa que doma los azares de la variación hereditaria y así conduce a la evolución, es (o por lo menos se parece mucho a) «la necesidad de la razón». Se trata, conforme lo explica el mismo Dennett s OF mucho a) «la necesidad de la razón». Se trata, conforme lo explica el mismo Dennett (1996, p. 9), «de una variedad de necesidad inocultablemente teleológica», vinculada con aquello que Aristóteles llamaba razonamiento práctico y Kant llamaba imperativo hipotético. Una necesidad más económica, o praxeológica, que galileana o newtoniana. pero creo que, en vistas a la cuestión que aqu[ nos ocupa, ha sido Elliott Sober quien mejor indicó cuál fue el destino que el darwinismo reservó para la teleología. Como Sober (1 993, p. 83) afirma: «Darwin es justamente considerado como un innovador que hizo progresar la causa del materialismo científico. Pero su efecto sobre las ideas teleológicas fue muy diferente el efecto producido por Newton. Más que expulsarlas de la Biología, Danvin pudo mostrar cómo era que las mismas podían tornarse inteligibles dentro de un marco de referencia naturalista».
Pero, si Sober tiene razón, y creo que de hecho la tiene, uno puede preguntarse si eso ya no es una razón suficiente, y definitiva, para darle la razón a Kant; o por lo menos para negársela a Haeckel. Cassirer (1948a, p. 204), por ejemplo, asi lo entendió. 5 Tal vez el Newton de la brizna de hierba no fue Darwin; aunque quizá pueda serlo algún otro biólogo, ya nacido o aun por nacer. Luiz Henrique Dutra (2001, p. ), por ejemplo, sugiere que esa distinción le cuadra a Claude Bernard; y, principia 16(1): 53-79 (2012). 56 Pero creo que no es así: el equivocado era Kant; y Haeckel, pese a todo, estaba en lo cierto. Darwin fue el Newton de la brizna de hierba.
Pero, para mostrar eso, es necesario demorarse más tiempo en contextualizar la frase de Kant, que en clarificar el logro de Darwin. Éste, de un modo u otro, nos es compresible, nos resulta cercano; cosa que no ocurre con la afirmación de Kant. Y el responsable de eso es el propio Darwin: su impacto en nuestro modo de entender los seres vivos fue tan decisivo que oy los reparos de Kant sobre el alcance de una ciencia natural de lo viviente nos resultan difíciles de comprender. 3. El concepto de producto organizado de la naturaleza Para entender cuál era el problema que Kant consideraba insoluble cumple remitirse, directamente, a su definición de producto organizado de la naturaleza (Smith 1 977, p. 303).
Ella aparece en las primeras líneas del sexagésimo sexto parágrafo de la tercera critica y dice así: «un producto organizado de la naturaleza es aquel en que todo es fin, y, recíprocamente, también medio» (KU 66, 292). «Nada en él», prosigue Kant, «es en balde, carente de fin, o imputable a un ciego mecanismo natural»; y aunque esto último, la idea de que en él nada es «imputable a un ciego mecanismo natural», ya nos pone ante la cuestión que aqui se quiere delimitar, que es la de la supuesta imposibilidad de la brizna de hierba, 7 creo que, por unos centrarnos en la idea de que, en un producto organizado de la naturaleza nada es ‘en balde’.
En él, podríamos decir también, todo tiene una razón de ser; en él todo tiene un fin que debe buscarse en la propia preservación del todo organlco y nunca fuera de ella (cf. KU 67, 295). Kant nos está dando allí una definición de organismo que, en cierta medida, anticipa aquella que encontramos en Xavier Bichat (1994 [1801], p. 253) y que, por filiación directa con su propio pensamiento, también quedó plasmada en el estricto organicismo que Cuvier (1805, p. 6; 1992 [1812], p. 97) enunciaría en su Principio de la Correlación de los Organos. 6 Y aludo a este principio guía de la Anatomía Comparada, porque Kant, al igual que Cuvier, también entendía que en esa idea de ser organizado estaba embutida una regla metodológica indispensable en el estudio de los seres vivos.
Una regla de indagación cuya eventual fertilidad ya había sido apuntada con algunas reticencias en la Critica de la Razón pura pero que después, en la tercera crítica, ya aparece como un principio regulador cuya aceptación, lejos de ser una cuestión de mera conveniencia, es inevitable para todo aquel que se adentre en la Historia Natural de los seres organizados. 8 Dicho principio, explica incluso Kant (KU S 66, 292): 57 Ha de derivarse de la expe er, de aquella que se 8 OF hace metódicamente V se ción; pero debido a la universalidad y necesidad que él enuncia acerca de una tal conformidad a fin, no puede escansar solamente sobre fundamentos empíricos, sino que debe tener por fundamento algún principio a priori, aun si fuese simplemente regulativo y aquellos fines residiesen únicamente en la idea del que juzga y no, en absoluto, en una causa eficiente.
Por eso, al principio antedicho puede llamárselo una máxima del enjuiciamiento de la interna conformidad a fin de seres organizados. Es que, como Kant (KU S 65, 291) ya había dicho un poco antes, aunque «el concepto de una cosa como fin natural en sí no es ] un concepto constitutivo del entendimiento o de la razón», y sí «un concepto regulativo ] para guiar a investigación»,9 de hecho, en el desarrollo efectivo de sus investigaciones, todos aquellos que emprenden el estudio de la organización de cualquier planta o animal, deben aceptar la Idea según la cual en los seres VIVOS nada es en vano con la misma firmeza con la cual también se acepta la doctrina general según la cual, en la naturaleza, nada acontece por azar (cf. Ruse 2003, p. 49; Quarfood 2006, p. 738).
ES sabido, dice al respecto Kant (KU S 66, 292-3), que: Los que disecan plantas y animales, a objeto de indagar su estructura y poder comprender las razones de por qué y con qué in les fueron dadas tales partes, por qué ese emplazamiento y enlace de las partes y por qué precisamente esta forma interna, aceptan como ineludiblemente necesaria la máxima de que nada hay en balde en tal criatura, y le dan la misma validez que al principio fundamental de la doctrina general balde en tal criatura, y le dan la misma validez que al principio fundamental de la doctrina general de la naturaleza de que nada acontece por azar. De hecho, no menos pueden desdecirse de ese principio teleológico que del [principio] físico universal, porque, así como al abandonar este último no quedaría ninguna xperiencia en absoluto, también al abandonar el primero no quedaría ningún hilo conductor para la observación de una especie de cosas naturales que ya hemos pensado teleológicamente bajo el concepto de fines naturales». 10 En eso Kant no se equivocaba. Si analizásemos los trabajos de William Harvey (1963 [1628], p. 103-5) sobre la circulación sanguínea, veríamos que ellos (Lennox 201 0, p. 5—8), no menos que los trabajos de los fisiólogos actuales, obedecen a esta regla metodológica: Para todo proceso o estructura normalmente presente en un ser vivo se debe mostrar cuál es el papel causal ue él o ella cumple, o tiene, en la constitución, el funcionamiento, la preservación y la reproducción del organismo (cf. Caponi 2002, p. 70). 11 Siendo justamente a ese papel causal que los biólogos funcionales, en el sentido de Mayr (1988, p. 25), llaman función; sin esperar, siempre cumple decirlo, por cualquier justificación darwiniana, y menos aun teológica, de sus conclusiones (cf. Caponi 2010a, p. 57). 12 Pero, ya que citamos al darwinismo, conviene subrayar que él también, conforme fue apuntado más arriba, tributa a esa perspectiva teleológica (cf. Lennox 2010, Principia 16(1): 53-79 (201 0 DF 56