Lectura
Lectura gy maestrosanxavier 110R6pR 16, 2011 19 pagos Nidos para la lectura: el papel de los padres en la formación de lectores -El sentido de la lectura En ese mundo pequeño que es el hogar, se aprende lo fundamental sobre la vida. Sin tableros, ni pupitres ni uniformes. Casl por ósmosis, sin que nadie se dé cuenta cómo ni a qué horas, entre rutinas y sobremesas, entre lo que se dice y lo que no se dice, las cuatro paredes de la casa son la primera imagen del mundo.
Los valores, las actitudes, los modos de ser, de sentir y de pensar, la manera de mirar, tienen sus raíces en esa primera scuela a la que, por fortuna, no han llegado aún las innovaciones de la tecnología educativa. Es realmente una fortuna. En las casas no se habla de objetivos, ni de metodologías, ni se evalúan eriódicamente los resultados, ni se rinden informes orig vida, sin planificar, d que envidiarle a ese » una manera más esp disciplinas separadas, es en ese fluir de la scuela tiene mucho nde todo sucede de compartimientos, ni tal o cual destreza.
Por eso, hablar de lectura en el hogar es diferente a hablar de la lectura en la escuela. Los padres no son maestros sino padres y esta afirmación emeraria vale para todos los asuntos de la vida, incluyendo, por supuesto, el ámbito de la lectura, que es el que aquí nos ocupa. El hogar proporciona el contexto, el para qué; el hog SWipe page hogar es el nido en el que la lectura encuentra o desencuentra eso que se llama un sentido primordial.
Creo que es ahí, en la revelación de ese sentido primordial, donde ubico el papel de los padres como insustituible e indelegable. La escuela puede y debe encargarse de los estilos y de las técnicas; para hablar en términos de lectura, debe enseñar el manejo y los trucos del código, vale decir las mil y una técnicas de la decodificación, esde pre-kinder hasta undécimo. Si por añadidura, como afortunadamente sucede ahora, cada vez con más frecuencia, se encuentran maestros sensibles frente a los sentidos de la lectura, pues mucho mejor.
Pero la idea de la lectura como un acto de desciframiento vital es un asunto que comienza en la casa y que está ligado a los orígenes de los seres humanos, a sus historias familiares y viscerales, a los hilos de la memoria, que los enredan en una trama de significados, mucho más allá del lenguaje escolar. Desde antes de estos tiempos modernos en los que se han puesto de moda términos como el de promoción de lectura, ha abido hogares con padres, madres, abuelos, tíos o nodrizas que sembraron en los niños el amor por las historias y por los libros.
Dudo que lo hubieran hecho a propósito, lo más probable es que sólo quisieran pasar un buen rato, o domar a las pequeñas fieras que suelen ser los niños, para que se estuvieran quietos unos minutos. Porque disfrutar simplemente del placer de una historia o confiar en el poder hipnótico de las palabras, es creer de antemano 2 OF placer de una historia o confiar en el poder hipnótico de las palabras, es creer de antemano en la lectura; es lo que yo llamo dar nido o sembrar sentido.
A sembrar ese sentido no se aprende en talleres ni en libros especializados, aunque ahora estén tan de moda las escuelas para padres. Los métodos sofisticados de la pedagogía contemporánea poco se aplican en el hogar, donde todo resulta más simple, más de sentido común, si se quiere, y también mas entrañable. Cuando somos niños, creemos en lo que vemos creer a los adultos que nos rodean.
Es probable que nuestras ideas afortunadas, desafortunadas o neutrales sobre la lectura, tengan raíces profundas en esa escuela tan informal que es cada casa. por eso, para hablar del papel de los padres en la formaclón de os lectores, es aconsejable partir de una búsqueda personal, empezando por el principio, que somos nosotros, y no por el final, que son los niños. Porque somos los adultos, con nuestras lecturas y con nuestras palabras, inscritas desde mucho antes de ser padres, el texto de lectura primordial que descifran nuestros mnos.
Trataré de exponer el papel que juega el entorno familiar en ese complejo proceso de desentrañar sentidos que transita un niño y que, para simplificar, llamaremos «lectura». En términos generales, vamos a mencionar tres grandes momentos o etapas en ese proceso. La primera es aquella en la que el niño no lee, sino que otros lo leen; la segunda es aquella en la que lee con otros y la tercera es la del lector que lee solo. Al fina 30F la segunda es aquella en la que lee con otros y la tercera es la del lector que lee solo.
Al final de estas etapas encontraremos un lector autónomo y quizás, si todo resulta bien, un lector adolescente que no sólo prescinde de los padres, sino que lee, a escondidas de ellos, sus propios libros. Lo más importante sucede en el comienzo y, por eso, decidi centrarme en las dos primeras etapas para compartir con ustedes en la charla de hoy. Las primeras etapas en la formación del lector 1. Yo no leo. Alguien me lee, me descifra y escribe en mí El hecho de nacer nos sitúa ya de lleno en un universo de palabras, de símbolos y de significados.
Llegamos a un mundo que ha sido construido con los significados que otros, mucho antes que nosotros, han ido construyendo. para el recién nacido, ese mundo de significaciones es un parloteo indescifrable e ininteligible que empieza a cobrar sentido sólo en la medida en que aparece alguien que lo lee, que lo descifra y que funda en él los primeros significados. Es la madre, con su alternancia de presencias y ausencias, de res y venires, la que le imprime significado al llanto de su bebé, tan parecido al de cualquier animal.
Cuando oye el alarido de su hijo, ella, que es un ser de palabra, es quien ubica ese llanto en el registro del lenguaje humano, atribuyéndole un slgnificado. Lo importante es que ella ha «leído» ese llanto, que le ha dado distintas significaciones y matices y que, con este acto intuitivo de comunicación, ha abierto la puerta a la experiencia del I 40F matices y que, con este acto intuitivo de comunicación, ha abierto la puerta a la experiencia del lenguaje y de la lectura, que, en su cepción más amplia, tiene que ver con fundar sentidos.
De manera que nos hacemos participes de la comunicación humana y entramos al mundo de lo simbólico porque hay alguien que nos lee y que escribe en nosotros los primeros textos, las primeras claves de significación. En esa primera etapa de la vida, tenemos contacto con muchos textos de lectura. En primer lugar, están los libros sin páginas, todo ese torrente de tradición oral que los padres recuerdan. Recordar, en su acepción etimológica, significa «pasar por el corazón»). Quizás la rescatan del fondo de su memoria, de lo que a ellos les cantaron y les ontaron y la reescriben en sus hijos. Esa poesía de la primera infancia, que recuerda los ritmos del corazón y que casi los imita, es rimada, aliterada, rítmica, repetitiva y prosódica. (Piénsese en el «aserrín, aserrán», en las nanas, en los juegos del «tope tope tun», en los cuentos corporales, etcétera. Lo que cuenta aquí son las sonoridades, las repeticiones, las alternancias, ese poder mágico de la palabra que va y viene, que canta, que nos envuelve en la sonoridad y que nos sitúa en posesión de lo poético. Es así como antes del primer año de vida y, con un sencillo epertorio, nuestra experiencia como lectores ha estado profundamente ligada al afecto y nos ha enseñado mucho sobre sobre los usos poéticos del lenguaje, o, para usar palabras más literarias, 9 enseñado mucho sobre sobre los usos poéticos del lenguaje, o, para usar palabras más literarias, sobre su función expresiva.
Por ejemplo, aprendemos sin saber a qué horas, que las palabras son etiquetas máglcas y sonoras; que cantan, que suenan y que tienen ritmo; que sirven de arrullos para dormir, que acompañan, que quitan las sombras e incluso que tienen usos insospechados como hacer llover, salir el sol o curar el dolor.
El aprendizaje poético que se da en el hogar no habla de ritmo ni de métrica ni de rima, pero habla de la esencia de la poes[a que es esa posibilidad de trascender la vida real, de transformar los significados literales de la comunicación utilitaria para crear otros universos connotativos en los que las palabras adquieren otros valores, otros significados, otras sonoridades. Debe ser por eso que, valiéndonos de otro lugar común, se dice que los poetas y los niños se parecen. pero esa capacidad de asombrarse con las palabras se experimenta en el seno del hogar, «con la leche emprana y en cada canción», como dice Serrat.
Tan pronto como el niño se sienta, aparecen también los primeros libros de imágenes. Son libros sencillos, quizás sin palabras que cuentan historias o muestran objetos cercanos a la experiencia de ese niño pequeño. De nuevo, son los padres quienes introducen al niño en otro orden simbólico, que es el mundo de los libros. Un padre o una madre que sienta a un bebé en las piernas mientras le lee un libro de imágenes, está diciendo también muchas cosas sobre la lect 6 9 piernas mientras le lee un libro de imágenes, está diciendo ambién muchas cosas sobre la lectura.
Está diciendo, por ejemplo, que las ilustraciones, esas figuras bidimensionales parecidas a la realidad, no son la realidad. pero que, en esa convención cultural que es el libro, son como si lo fueran, pues representan a la realidad. Ese como si, que es la esencia de lo simbólico, se aprende en las rodillas de alguien más experto que va nombrando el mundo conocido, atrapado y sintetizado en unos dibujos: «Mira a mamá. Mira a mamá con el bebé… » Y a medida que la voz familiar da nombre a las páginas que pasa, enseña que las historias se organizan en un espacio: de izquierda derecha, para el caso de nuestra cultura occidental.
Ese discurrir que se da siempre en la misma dirección será luego el espacio de la lectura alfabética, eso que los maestros de preescolar llaman «‘la direccionalidad» en sus ejercicios de prelectura. El niño al que otros han leído lo sabe ya, sin necesidad de ningún ejercicio. Lo deduce de todas esas horas pasadas hojeando sus libros preferidos y aprende también que pasar las páginas es pasar el tiempo, que empieza y termina y que cuenta una historia durante ese transcurrir. Todos esos son los ingredientes de los cuales está hecha la lectura.
Y se aprenden porque hay alguien que nos los revela, en el sentido profundo que conlleva la palabra. Después de esos primeros libros y muy en la línea del desarrollo psíquico del niño, que empieza a salir de lo más inmediato para hacerse pre 9 del desarrollo psíquico del niño, que empieza a salir de lo más inmediato para hacerse preguntas, para inventar, imaginar, soñar, tener pesadillas y sentir miedos, los relatos se van haciendo más complejos: Es entonces cuando los niños entran en contacto con hechos, peripecias y personajes que suceden en un tiempo lejano: el tiempo de la ficción.
Los padres se convierten en contadores de historias, a la orilla de la cama. Es el tiempo del había una vez, hace muchos pero muchísimos años… Ese tiempo mítico, que no es el presente, tiene su expresión literaria en los cuentos de hadas tradicionales o en los cuentos contemporáneos, con personajes fantásticos, de la propia región o de países lejanos, que hablan a la psiquis en formación y le dan claves para nombrar sus misterios y para intentar descifrarlos.
De nuevo, los padres, esos contadores privados, son los encargados de introducir a los niños en la magia de las historias y u actitud sigue enseñando muchas otras cosas sobre la lectura. Por ejemplo, enseña que las palabras sirven para emprender viajes, para salir del aquí y del ahora y aventurarse por lugares y por tiempos lejanos, que pueden visitarse con la imaginación.
Enseña también que, gracias a las historias y a las palabras, se puede dar nombre a las fantasías y dar forma a las angustias, para sacarlas de nosotros, para expresarlas, compartirlas y, quizás, sentirnos menos solos. Los padres no hablan de los poderes catárticos y curativos del arte; es más, muchos de ellos jamás habrán oído semej ablan de los poderes catárticos y curativos del arte; es más, muchos de ellos jamás habrán oido semejantes expresiones.
Pero, cuando se sientan a leer o a contar Caperucita Roja o cualquier cuento, el que sea, están enseñando a sus hljos que la ficción es una de las formas socialmente aceptadas para nombrar lo innombrable, para explorar nuestros fantasmas y dar forma a nuestros ideales, para medirnos cara a cara con los miedos, para bajar a los infiernos y regresar ilesos, para aprender sobre la vida, sobre nuestros propios sentimientos y para escuchar nuestras propias voces.
El niño que recibe esa revelación a la orilla de su cama, será un lector en potencia y lo probable es que alguna o muchas veces, durante distintas etapas de su vida, recurra a los libros tratando de descifrar sus propios enigmas. Al lado de semejante revelación, las voces adultas que cuentan historias dicen cosas útiles, ciertas y necesarias sobre el lenguaje. Dicen que las palabras se agrupan unas al lado de las otras en una cadena y que, gracias a esas agrupaciones y a la posición de cada palabra en la cadena, se van construyendo y modificando los significados. Hay que imaginar cada cosa que se va nombrando, arle una imagen mental a cada palabra oída y esa operación de asociar un significante con un significado ya es una lectura). pero, además, esa voz de quien cuenta es un modelo lector: sus pausas, sus inflexiones, sus tonos cuando interroga, cuando exclama o susurra, nos dice que las palabras tienen tonos, cadencias, m cuando interroga, cuando exclama o susurra, nos dice que las palabras tienen tonos, cadencias, matices y sonoridades.
Vemos así cómo ha aparecido una variedad de géneros literarios: La poesía, los libros de imágenes y la narración. Ya el niño distingue las formas que toman los libros y los tonos de los que e valen, ya sea que quieran cantar, contar, expresar o informar; ya intuye que a veces hablan de la fantasía y otras veces nombran la realidad. Ya sabe una cantidad de cosas sobre la lectura, aunque la escuela diga que todavía no es lector y no haya entrado ni siquiera al prejardín o al grado cero.
Los padres han construido un nido completo, un entorno para la lectura, una cantidad de demostraciones viscerales a la pregunta del «Para qué leer», que es la pregunta por el sentido vital de la lectura y que es la que, en definitiva, produce el deseo, o lo que los maestros, para simplificar llaman ‘motivación» . Es entonces cuando llega la etapa de la alfabetización propiamente dicha y el aprendizaje de la lectura se empieza a delegar en el colegio.
Podríamos pensar que el papel protagónico de los padres se desdibuja. Sin embargo, sería más acertado pensar que, en lugar de delegarse o desdibujarse, se comparte con la escuela. El protagonismo de los padres, dando ahora soporte y contexto a la alfabetización, será imprescindible para el éxito del lector alfabético. podríamos decir que hasta aquí se ha hecho mucho, pero es importante advertir que lo más importante está aún por hacer. 2. Segunda etapa