Lengua Fer

agosto 30, 2018 Desactivado Por admin

1. La vengadora» de Franco Vaccarini es un cuento policial porque presenta un intento de asesinato y la resolución del caso por parte de un detective. Una serie de pistas, como el sabor ácido del vino y el conocido apellido de la bodega, lo llevan a sospechar que se trata de una venganza en su contra. La vengadora A penas hice correr la voz de que necesitaba alquilar casa, una señora me llamo por teléfono y me ofreció un departamento a buen precio. No tarde en mudarme, feliz de mi buena suerte.

La propietaria me había dejado una botella de vino en la mesa; un gesto hospitalario. vite a Nancy, Francisco y a Ana a brindar, todos detectives to nut policiales, como yo. Emilio, te voy a hacer un ori ami ara adorno… – Dijo Nancy, 5 hacer origami, pero t Svipetoviewn Itp Ana, siempre parca, s imitó – Bodegas Calván. M palabras nada me dij amigos se dispusieron a brindar. ue tengas el primer ental. -Yo no se ncisco. ueta y me dijo: os y bodegas, y sus alegre ronda, mis Demasiado ácido.

Que gusto raro- Dijo francisco, que si sabia de vinos. Entonces me ilumine. ¿Bodegas Calván? iNo tomen este vino envenenado!. Los análisis de laboratorio confiraron mi presunción. Hacia poco había apresado al bodeguero Augusto Calván por exportar vinos de contrabando. A mis amigos el mal trago les produjo algunos malestares. Francisco, en el hospital, aprendió a hacer origami con Nancy. Ana, entre tanto, me recordó con su simpática parquetad; – Si no fuera por nosotros, estarías en el horno, Emilio.

La Sra Calván fue a la cárcel y no le deposito puntualmente el alquiler. a) describa las oraciones reemplazando las palabras y las frases subrayadas por otras de significado similar. b) identifique las tres partes de la estructura del cuento y enciérrelas entre corchetes. ) una con flechas las acciones de los 1. Extraer de un texto -sustantivos adjetivos verbos y pronombres 2. La comunicación. Las funciones del lenguaje. La lengua y sus variedades Los lectos. Trama textual 3. Los modificadores del verbo 4. Adverbios 5.

Relato policial la liga de los pelirrojos La liga de los pelirrojos Arthur Conan Doyle Había ido yo a visitar a mi amigo el señor Sherlock Holmes cierto día de otoño del año pasado, y me lo encontré muy enzarzado en conversación con un caballero anciano muy voluminoso, de cara rubicunda y cabellera de un subido color rojo. ba yo a retirarme, isculpándome por mi entremetimiento, pero Holmes me hizo entrar bruscamente de un tirón, y cerró la puerta a mis espaldas. -Mi querido Watson, no podía usted venir en mejor momento -me dijo con expresión cordial. -Crei que estaba usted ocupado. Lo estoy, y muchísimo. -Entonces puedo esperar en la habitación de al lado. -De ninguna manera. Señor Wilson, este caballero ha sido compañero y colaborador mio en muchos de los casos que mayor éxito tuvieron, y no me 75 caballero ha Sido compañero y colaborador mio en muchos de los casos que mayor éxito tuvieron, y no me cabe la menor duda de ue también en el de usted me será de la mayor utilidad. El voluminoso caballero hizo mención de ponerse en pie y me saludó con una Inclinación de cabeza, que acompañó de una rápida mirada interrogadora de sus ojillos, medio hundidos en círculos de grasa. Tome asiento en el canapé -dijo Holmes, dejándose caer otra vez en su sillón, y juntando las yemas de los dedos, como era costumbre suya cuando se hallaba de humor reflexivo-. De sobra sé, mi querido Watson, que usted participa de mi afición a todo lo que es raro y se sale de los convencionalismos y de la monótona rutina de la Vida cotidiana. Usted ha demostrado el deleite que eso le produce, como el entusiasmo que le ha impulsado a escribir la crónica de tantas de mis aventurillas, procurando embellecerlas hasta cierto punto, si usted me permite la frase. Desde luego, los casos suyos despertaron en mí el más vivo interés -le contesté. -Recordará usted que hace unos días, antes que nos lanzásemos a abordar el sencillo problema que nos presentaba la señorita Mary Sutherland, le hice la obsen,’ación de que los efectos raros y las combinaciones extraordinarias debíamos buscarlas en la vida misma, que resulta siempre de una osadía infinitamente mayor ue cualquier esfuerzo de la imaginación. -Sí, y yo me permití ponerlo en duda. En efecto, doctor, pero tendrá usted que venir a coincidir con mi punto de vista, porque, e 3 5 -En efecto, doctor, pero tendrá usted que venir a coincidir con mi punto de vista, porque, en caso contrario, iré amontonando y amontonando hechos sobre usted hasta que su razón se quiebre bajo su peso y reconozca usted que estoy en lo cierto. Pues bien: el señor Jabez Wilson, aqui presente, ha tenido la amabilidad de venir a visitarme esta mañana, dando comienzo a un relato que promete ser uno de los más extraordinarios que he scuchado desde hace algún tiempo.

Me habrá usted oído decir que las cosas más raras y singulares no se presentan con mucha frecuencia unidas a los crímenes grandes, sino a los pequeños, y también, de cuando en cuando, en ocasiones en las que puede existir duda de si, en efecto, se ha cometido algún hecho delictivo Por lo que he podido escuchar hasta ahora, me es imposible afirmar si en el caso actual estamos o no ante un crimen; pero el desarrollo de los hechos es, desde luego, uno de los más sorprendentes de que he tenido jamás ocasión de enterarme. Quizá, señor Wilson, tenga usted la extremada bondad de mpezar de nuevo el relato.

No se lo pido únicamente porque mi amigo, el doctor Watson, no ha escuchado la parte inicial, sino también porque la índole especial de la historia despierta en mr el vivo deseo de oír de labios de usted todos los detalles posibles. por regla general, me suele bastar una ligera indicación acerca del desarrollo de los hechos para guiarme por los millares de casos similares que se me vienen a la memoria. Me veo obligado a confesar que en el 4 75 millares de casos similares que se me vienen a la memoria. Me veo obligado a confesar que en el caso actual, y según yo creo irmemente, los hechos son únicos.

El voluminoso cliente enarcó el pecho, como si aquello le enorgulleciera un poco, y sacó del bolsillo interior de su gabán un periódico sucio y arrugado. Mientras él repasaba la columna de anuncios, adelantando la cabeza, después de alisar el periódico sobre sus rodillas, yo lo estudié a él detenidamente, esforzándome, a la manera de mi compañero, por descubrir las indicaciones que sus ropas y su apariencia exterior pudieran proporcionarme. No saqué, sin embargo, mucho de aquel examen. A juzgar por todas las señales, nuestro visitante era un omerciante inglés de tipo corriente, obeso, solemne y de lenta comprensión.

Vestía unos pantalones abolsados, de tela de pastor, a cuadros grises; una levita negra y no demasiado limpia, desabrochada delante; chaleco gris amarillento, con albefiina de pesado metal, de la que colgaba para adorno un trozo, también de metal, cuadrado y agujereado. A su lado, sobre una silla, había un ra[do sombrero de copa y un gabán marrón descolorido, con el arrugado cuello de terciopelo. En resumidas cuentas, y por mucho que yo lo mirase, nada de notable distinguí en aquel hombre, fuera de su pelo rojo vivísimo y la expresión de disgusto y de esar extremados que se lera en sus facciones.

La mirada despierta de Sherlock Holmes me sorprendió en mi tarea, y mi amigo movio la cabeza, sonriéndome, en respuesta a las mi s 5 Holmes me sorprendió en mi tarea, y mi amigo movió la cabeza, sonriéndome, en respuesta a las miradas mías interrogadoras: -Fuera de los hechos evidentes de que en tiempos estuvo dedicado a trabajos manuales, de que toma rapé, de que es francmasón, de que estuvo en China y de que en estos últimos tiempos ha estado muy atareado en escribir no puedo sacar nada más en limpio.

El señor Jabez Wilson se irguió en su asiento, puesto el dedo ?ndice sobre el periódico, pero con los ojos en mi compañero. -Pero, por vida mía, ¿cómo ha podido usted saber todo eso, señor Holmes? ¿Cómo averiguó, por ejemplo, que yo he realizado trabajos manuales? Todo lo que ha dicho es tan verdad como el Evangelio, y empecé mi carrera como carpintero de un barco. -por sus manos, señor. La derecha es un numero mayor de medida que su mano izquierda. Usted trabajó con ella, y los músculos de la misma están más desarrollados. -Bien, pero ¿y lo del rapé y la francmasonería? No quiero hacer una ofensa a su inteligencia explicándole de qué anera he descubierto eso, especialmente porque, contrariando bastante las reglas de vuestra orden, usa usted un alfiler de corbata que representa un arco y un compás. -iAh! Se me había pasado eso por alto. pero ¿y lo de la escritura? -Y ¿qué otra cosa puede significar el que el puño derecho de su manga esté tan lustroso en una anchura de cinco pulgadas, mientras que el izquierdo muestra una superficie lisa cerca del codo, indicando el punto en que lo apoya sobré el pupitre? Bien, ¿y lo de Chi 6 5 superficie lisa cerca del codo, Indicando el punto en que lo apoya sobré el pupitre? -Bien, ¿y lo de China? El pez que lleva usted tatuado más arriba de la muñeca sólo ha podido ser dibujado en China. Yo llevo realizado un pequeño estudio acerca de los tatuajes, y he contribuido incluso a la literatura que trata de ese tema. El detalle de colorear las escamas del pez con un leve color sonrosado es completamente característico de China. Si, además de eso, veo colgar de la cadena de su reloj una moneda china, el problema se simplifica aun más.

El señor Jabez Wilson se rió con risa torpona, y dijo: -iNo lo hubiera creído! Al principio me pareció que lo que había hecho usted era una cosa por demás inteligente; pero ahora me oy cuenta de que, después de todo, no tiene ningún mérito. -Comienzo a creer, Watson -dijo Holmes-, que es un error de parte mía el dar explicaciones. Omne ignotum pro magnifico, como no ignora usted, y si yo sigo siendo tan ingenuo, mi pobre celebridad, mucha o poca, va a naufragar. ¿Puede enseñarme usted ese anuncio, señor Wilson? Sí, ya lo encontré -contestó él, con su dedo grueso y colorado fijo hacia la mitad de la columna-. Aquí está. De aquí empezó todo. Léalo usted mismo, señor. e quité el periódico, y leí lo que sigue: «A la liga de los pelirrojos. Con cargo al legado del difunto Ezekiah Hopkins, Penn. , EE. IJIJ. , se ha producido otra vacante que da derecho a un miembro de la Liga a un salario de cuatro libras semanales a cambio de servicios de carácter puramen 75 Liga a un salano de cuatro libras semanales a cambio de servicios de carácter puramente nominal.

Todos los pelirrojos sanos de cuerpo y de inteligencia, y de edad superior a los veintiún años, pueden optar al puesto. Presentarse personalmente el lunes, a las once, a Duncan Ross. en las oficinas de la Liga, Pope’s Court. núm. 7. Fleet Street. » -¿Qué diablos puede sign’ficar esto? exclamé después de leer dos veces el extraordinario anuncio. Holmes se rió por lo bajo, y se retorció en su sillón, como solía hacer cuando estaba de buen humor. -¿Verdad que esto se sale un poco del camino trillado? -dijo-.

Y ahora, señor Wilson, arranque desde la línea de salida, y no deje nada por contar acerca de usted, de su familia y del efecto que el anuncio ejerció en la situación de usted. pero antes, doctor, apunte el periódico y la fecha. -Es el Morning Chronicle del veintisiete de abril de mil ochocientos noventa. Exactamente, de hace dos meses. -Muy bien. Veamos, señor Wilson. Pues bien: señor Holmes, como le contaba a usted -dijo Jabez Wilson secándose el sudor de la frente-, yo poseo una pequeña casa de préstamos en Coburg Square, cerca de la City.

El negocio no tiene mucha importancia, y durante los últimos años no me ha producido sino para ir tirando. En otros tiempos podía permitirme tener dos empleados, pero en la actualidad sólo consewo uno; y aun a éste me resultaría dificil poder pagarle, de no ser porque se conforma con la mitad de la paga, con el propósito de aprender el oficio. -¿Cómo se lla 8 5 ser porque se conforma con la mitad de la paga, con el propósito e aprender el oficio. -¿Cómo se llama este joven de tan buen conformar? -preguntó Sherlock Holmes. -Se llama Vicente Spaulding, pero no es precisamente un mozalbete.

Resultaría difícil calcular los años que tiene. Yo me conformaría con que un empleado mío fuese lo inteligente que es él; sé perfectamente que él podría ganar el doble de lo que yo puedo pagarle, y mejorar de situación. Pero, después de todo, si él está satisfecho, ¿por qué voy a revolverle yo el magín? -Naturalmente, ¿por qué va usted a hacerlo? Es para usted una verdadera fortuna el poder disponer de un empleado que quiere rabajar por un salario inferior al del mercado. En una época como la que atravesamos no son muchos los patronos que están en la situación de usted.

Me está pareciendo que su empleado es tan extraordinario como su anuncio. -Bien, pero también tiene sus defectos ese hombre -dijo el señor Wilson-. por ejemplo, el de largarse por ahí con el aparato fotográfico en las horas en que debería estar cultivando su inteligencia, para luego venir y meterse en la bodega, lo mismo que un conejo en la madriguera, a revelar sus fotografías. Ese es el mayor de sus defectos; pero, en conjunto, es muy trabajador. Y carece de vicios. Supongo que seguirá trabajando con usted. -Sí, señor.

Yo soy Viudo, nunca tuve hijos, y en la actualidad componen mi casa él y una chica de catorce años, que sabe cocinar algunos platos sencillos y hacer la limpieza. Los tres llevam catorce años, que sabe cocinar algunos platos sencillos y hacer la limpieza. Los tres llevamos una vida tranquila, señor; y gracias a eso estamos bajo techado, pagamos nuestras deudas, y no pasamos de ahí. Fue el anuncio lo que primero nos sacó de quicio. Spauling se presentó en la oficina, hoy hace exactamente ocho semanas, con este mismo periódico en la mano, y me ijo: «iOjalá Dios que yo fuese pelirrojo, señor Wilson! ? Yo le pregunté: «¿De qué se trata? » Y él me contestó: «Pues que se ha producido otra vacante en la Liga de los Pelirrojos. Para quien lo sea equivale a una pequeña fortuna, y, según tengo entendido, son más las vacantes que los pelirrojos, de modo que los albaceas testamentarios andan locos no sabiendo qué hacer con el dinero. Si mi pelo cambiase de color, ahí tenía yo un huequecito a pedir de boca donde meterme. » «Pero bueno, ¿de qué se trata? », le pregunté. Mire, señor Holmes, yo soy un hombre muy de su casa.

Como el negocio vino a mí, en vez de ir yo en busca del negocio, se pasan semanas enteras sin que yo ponga el pie fuera del felpudo de la puerta del local. por esa razón vivía sin enterarme mucho de las cosas de fuera, y recibía con gusto cualquier noticia. «¿Nunca oyó usted hablar de la Liga de los Pelirrojos? », me preguntó con asombro. «Nunca. » «Sí que es extraño, siendo como es usted uno de los candidatos elegibles para ocupar las vacantes. » «Y ¿qué supone en dinero? », le pregunté. «Una minucia. Nada más que un par de centenares de libras al año, pero casi Sin traba 0 DF 75