Politica para amador capitulo 2
Politica para amador capitulo 2 gyannittaa126 AQKa5pR 02, 2010 14 pagcs Capítulo segundo OBEDIENTES Y REBELDES Acabé el capitulo anterior citándote la venerable opinión de Aristóteles: «el hombre es un animal cívico, un animal político» (lo cual no debe confundirse con que los políticos sean unos animales, como opinan algunos). Es decir, que somos bichos sociables, pero no instintiva y automáticamente sociales, como las gacelas o las hormigas.
A diferencia de estas especies, los humanos inventamos formas de sociedad diversas, transformamos la sociedad en que hemos nacido en la que vivieron nuestros padres, hacemos experimentos organizativos nunca antes intentados en una palabra: no s PACE 1 or obedecemos las nor Sv. ipe to View grupo (como hace cu uier llegado el caso deso nos rebelamos, viola armamos un follón que para qué. Lo la de los demás y se respete) sino que mas establecidas, que quería decir Aristóteles, tan formalito como creíamos que era, es que el hombre es el único animal capaz de sublevarse…
Qué digo «capaz»: los hombres nos estamos sublevando a cada paso, obedecemos siempre un poco a regañadientes. No hacemos lo que los demás quieren sin rechistar, omo las abejas, sino que es preciso convencernos y muchas veces obligarnos a desempeñar el papel que la sociedad nos atribuye. Otro filósofo muy ilustre, Immanuel Kant, dijo que los hombres somos «insocialmente sociables». O sea que nuestra forma de vivir en sociedad no es sólo obedecer y repetir sino también rebelarnos e inventar. Pero atención: no nos rebelamos contra la sociedad, sino contra una sociedad determinada.
No desobedecemos porque no queramos obedecer jamás a nada ni a nadie, sino porque queremos mejores razones para obedecer de las que nos dan y jefes que rdenen con una autoridad más respetable. Por eso el viejo Kant señaló que somos «insocialmente sociables», no asociales o antisociales sin más. Los grupos animales cambian a veces sus pautas de conducta, de acuerdo con las exigencias de la evolución biológica cuya orientación tiende a asegurar la conservación de la especie. Las sociedades humanas se transforman históricamente, de acuerdo a criterios mucho más complejos, tan complejos… que no sabemos cuáles son.
Unos cambios intentan asegurar determinados objetivos, otros consolidar ciertos valores, y muchas transformaciones parecen rovenir del descubrimiento de nuevas técnicas para hacer o deshacer cosas. Lo único indudable es que en todas las sociedades humanas (y en cada miembro individual de esas sociedades) se dan razones para la obediencia y razones para la rebelión. Tan sociables somos cuando obedecemos por las razones que nos parecen válidas como cuando desobedecemos y nos sublevamos por otras que se nos antojan de más peso. De modo que, para entender algo de la política, tendremos que plantearnos esas diversas razones.
Porque la política no es más que el conjunto de las razones para obedecer y de las razones para sublevarse… Obedecer, rebelarse: ¿no sería mejor que nadie mandase, para que las razones para sublevarse… Obedecer, rebelarse: ¿no seria mejor que nadie mandase, para que no tuviésemos que buscar razones para obedecerle ni encontrásemos motivos para sublevarnos en contra suya? Ésta es más o menos la opinión de los anarquistas, gente por la que reconozco que tengo bastante simpatía. Según el ideal anárquico, cada cual debería actuar de acuerdo con su propia conciencia, sin reconocer ningún tipo de autoridad.
Son las autoridades, las leyes, las instituciones, el aceptar que unos pocos uíen a la mayoría y decidan por todos, lo que provoca los infinitos quebraderos de cabeza que padecemos los humanos: esclavitud, abusos, explotación, guerras… La anarquía postula una sociedad sin razones para obedecer a otro y por tanto también sin razones para rebelarse contra él. En una palabra: el final de la política, su jubilación. Los hombres viviríamos juntos pero como si viviésemos solos, es decir, haciendo cada cual lo que le da la gana.
Pero ¿no le daría a alguno la gana de martirizar a su vecino o de violar a su vecina? Los anarquistas suponen que no, pues los ombres tenemos tendencia espontánea y natural a la cooperación, a la solidaridad, al apoyo mutuo que a todos beneficia. Son las jerarquías sociales, el poder establecido y las supersticiones que lo legitiman, las que producen los enfrentamientos y enloquecen a los individuos. Los jefes sostienen que nos mandan por nuestro bien; los anarquistas responden que nuestro verdadero bien sería que nadie mandase, porque entonces cada cual se portaría obedientemente… verdadero bien sería que obedientemente… pero no obedeciendo a ningún hombre falible y capnchoso sno a la verdadera bondad de a naturaleza humana. ¿Es posible una sociedad anárquica, es decir, sin política? Los anarquistas tienen desde luego razón al menos en una cosa: una sociedad sin política sería una sociedad sin conflictos. Pero ¿es posible una sociedad humana —no de insectos o de robots— sin conflictos? ¿Es la política la causa de los conflictos o su consecuencia, un intento de que no resulten tan destructlvos? ¿Somos capaces los humanos de vivir de acuerdo… automáticamente?
A mí me parece que el conflicto, el choque de intereses entre los individuos, es algo inseparable de la vida en ompañía de otros. Y cuantos más seamos, más conflictos pueden llegar a plantearse. ¿Sabes por qué? Por una causa que en principio parece paradójica: porque somos demasiado sociables. Intentaré explicarlo. La más honda raíz de nuestra sociabilidad es que desde pequeños nos arrastra el afán de imitarnos unos a otros. Somos sociables porque tendemos a imitar los gestos que vemos hacer, las palabras que oímos pronunciar, los deseos que los demás tienen, los valores que los demás proclaman.
Sin imitación natural, espontánea, nunca podríamos educar a ningún niño ni por tanto condicionarle para la vida en grupo con la comunidad. Desde luego, im’tamos porque nos parecemos mucho: pero la imitación nos hace cada vez más parecidos, tan parecidos… que entramos en conflicto. Deseamos obtener lo q 40F cada vez más parecidos, tan parecidos… que entramos en conflicto. Deseamos obtener lo que vemos que los demás también quieren; queremos todos lo mismo pero a veces lo que anhelamos no pueden poseerlo más que unos pocos o incluso uno sólo.
Sólo uno puede ser el jefe, o ser el más rico, o el mejor guerrero, o triunfar en las competiciones deportivas, o poseer a la mujer ás hermosa como esposa, etc.. Si no viésemos que otros ambicionan esas conquistas, es casi seguro que no nos apetecerían tampoco a nosotros, al menos desaforadamente. Pero como suelen ser vivamente deseadas, por imitación las deseamos vivamente. Y así nos enfrenta lo mismo que nos emparienta: el interés (etimológicamente) es lo que está- entre dos o más personas, o sea lo que las une pero también las separa.
De modo que vivimos en conflicto porque nuestros deseos se parecen demasiado entre sí y por ello colisionan unos contra otros. También es por demasiada sociabilidad (por querer ser todos muy emejantes, por fidelidad excesiva a los de nuestra misma tierra, religión, lengua, color de piel, etc.. ) por lo que consideramos enemigos a los distintos y proscribimos o perseguimos a los que difieren. Hablaremos otra vez de esto más adelante, cuando mencionemos el nacionalismo y el racismo, esas enfermedades de la sociabilidad. Por el momento, te hago notar una cosa importante pero que choca con la opinión comúnmente establecida.
Oirás decir que la culpa de los males de la sociedad la tienen los asociales, los individualistas, los que se despreocupan o se oponen a la comun OF tienen los asociales, los individualistas, los que se despreocupan o se oponen a la comunidad. Mi opinión, tú verás si estoy equivocado o no, es la contraria: los más peligrosos enemigos de lo social son los que se creen lo social más que nadie, los que convierten los afanes sociales (el dinero, por ejemplo, o la admiración de los demás, o la influencia sobre los otros) en pasiones feroces de su alma, los que quieren colectivizarlo todo, los que se empeñan en que todos vayamos a una… unque seamos muchos, los que están tan convencidos de los valores comunes que retenden convertir en bueno a todo el mundo aunque sea a palos, etc… La mayoría de los verdaderos individualistas son tolerantes con los gustos ajenos porque les traen sin cuidado y, como tienen sus propios valores, a menudo distintos de los de la escala «oficial», no chocan frontalmente con los diferentes a ellos, no pretenden imponerles por la fuerza las virtudes propias ni luchan a zarpazos por apoderarse de algo único cuyo mayor precio viene solamente de que lo quieren muchos.
La gente más sociable es la que acepta el compromiso con los demás razonablemente, o sea: sin exageraciones. Ahora que nadie nos oye te susurraré una blasfemia: ¿te acuerdas de que en el libro anterior te dije que los que mejor entienden la ética son los egoístas reflexivos?
Pues bien, los miembros de la comunidad que menos contribuyen a estropearla son esos individualistas contra quienes tanto oirás predicar: los que viven para sí mismos y por tanto comprenden las razones que hacen indispensable la ar predicar: los que viven para sí mismos y por tanto comprenden las razones que hacen indispensable la armonía con los demás; no los que sólo viven para los demás… y para lo de los demás. Sin embargo, no vayas a creer que el conflicto entre intereses, cualquier conflicto o enfrentamiento, es malo de por sí. Gracias a los conflictos la sociedad inventa, se transforma, no se estanca.
La unanimidad sin sobresaltos es muy tranquila pero resulta tan letalmente soporífera como un encefalograma plano. La única forma de asegurar que cada cual tiene personalidad propia, es decir, que de verdad somos muchos y no uno solo hecho por muchas células, es que de vez en cuando nos enfrentemos y compitamos con los otros. Quizá queramos lo mismo todos, pero al enfrentarnos por conseguirlo o enfocar el mismo asunto desde iversas perspectivas, constatamos que no todos somos el mismo. A veces los que gustan de dar órdenes dicen: «Vamos, todos como un solo hombre! iEn pie todos como un solo hombre! » Menudo disparate colectivista. ?Por qué demonios tenemos que hacer todos algo como un solo hombre.. si no somos uno sino muchos? Hagamos lo que hagamos, en armonía o discrepancia, es mejor hacerlo como trescientos hombres, o como mil, o como los que seamos y no como uno, puesto que no somos uno. Actuamos solidaria o cómplicemente con los demás, pero no fundidos con los demás, confundidos y perdidos en ellos, oldados a ellos… Por cierto, ¿te suena a algo esa palabra, soldados? De modo que en la sociedad, tienen que darse conflictos porque en ella viven ho en ella viven hombres reales, diversos, con sus propias inlciativas y sus propias pasiones.
Una sociedad sin conflictos no sería sociedad humana sino un cementerio o un museo de cera. Y los hombres competimos unos con otros y nos enfrentamos unos contra otros porque los demás nos importan (ia veces hasta demasiado! ), porque nos tomamos en serio unos a otros y damos trascendencia a la vida en común que llevamos con ellos. A fin de cuentas, tenemos conflictos unos con otros por la misma razón por la que ayudamos a los otros y colaboramos con ellos: porque los demás seres humanos nos preocupan.
Y porque nos preocupa nuestra relación con ellos, los valores que compartimos y aquellos en que discrepamos, la opinión que tienen de nosotros (esto es muy importante, la de la opinión: exigimos que nos quieran, o que nos admiren, o al menos que nos respeten c si no que nos teman… ), lo que nos dan y lo que nos qultan… Según los hombres vamos siendo más numerosos, las posibilidades de conflicto aumentan; y también aumentan los aleos cuando crecen y se diversifican nuestras actividades o nuestras posibilidades.
Compara la tribu amazónica de apenas un centenar de miembros, cada cual con su papel masculino o femenino bien determinado, sin muchas opciones para salirse de la norma, con el torbellino complicadísimo en el que viven los habitantes de parís o Nueva York… No es la política la que provoca los conflictos: malos o buenos, estimulantes o letales, los conflictos son la que provoca los conflictos: malos o buenos, estimulantes o letales, los conflictos son síntomas que acompañan necesariamente la vida en sociedad… ‘ que paradójicamente confirman lo desesperadamente sociales que somos! Entonces la política (recuerda que se trata del conjunto de las razones para obedecer y para desobedecer) se ocupa de atajar ciertos conflictos, de canalizarlos y ritualizarlos, de impedir que crezcan hasta destruir como un cáncer el grupo social. Los humanos somos agresivos, como ya tendremos ocasión de comentar más adelante al hablar de la guerra y la paz: a nada que nos descuidemos, llevamos nuestras discrepancias conflictivas hasta el punto de matarnos unos a otros.
Los otros animales que viven en grupo suelen ener pautas instintivas de conducta que limitan los enfrentamientos intergrupales: los lobos luchan entre sí por una hembra con ferocidad, pero cuando el que va perdiendo ofrece voluntariamente su cuello al más fuerte, el otro se da por contento y le perdona la vida; si en la batalla entre dos gorilas machos uno toma a un bebé gorila en los brazos y lo acuna como hacen las hembras, el otro cesa inmediatamente la pelea porque a las hembras no se las ataca… Etc. Los hombres no solemos tener tan piadosos miramientos unos con otros.
Es preciso inventar artificios que impidan que la sangre legue al río: se necesitan personas o instituciones a las que todos obedezcamos y que medien en las disputas, brindando su arbitraje o su coacción para que los individuos enfrentados no se destruyan unos a otros, para que no arbitraje o su coacción para que los individuos enfrentados no se destruyan unos a otros, para que no trituren a los más débiles (niños, mujeres, anclanos… ), para que no inicien una cadena de mutuas venganzas que acabe con la concordia del grupo. Pero la autoridad política viene también a cumplir otras funciones.
En cualquier sociedad humana hay determinadas empresas que exigen la colaboración algún tipo de apoyo de todos los ciudadanos: se trata de la defensa del grupo, de la construcción de obras públicas de gran utilidad que ningún particular puede realizar por si solo, la modificación de tradiciones o leyes que han estado vigentes mucho tiempo y su sustitución por otras diferentes, la asistencia a los afectados por alguna catástrofe colectiva o por esas catástrofes individuales que a todos nos importan (desvalimiento infantil, enfermedad, vejez… , incluso la organización de fiestas y celebraciones comunales que refuercen en los miembros de la colectividad los azos de amistad civll y la emoción de formar parte de un conjunto bien armonizado. La exigencia de instituir alguna forma de gobierno, algún tipo de puesto de mando que dirija el grupo cuando resulte necesario, se apoya en estas justificaciones y otras parecidas que quizá a ti mismo se te ocurran reflexionando un poco sobre el asunto.
No te he mencionado más que las de signo positivo, o sea las que tienden a construir o remediar, aunque también se necesita autoridad para prevenir ciertos males que afectan a muchos pero que unos cuantos por interés miope favorecen (la 4