Raimundo arón
Raimundo arón gy rem0777 AQKa5pR 03, 2010 13 pagcs RAIMUNDO ARÓN VIDA DE UN CONSECUENTE’. UN AMIGO DE LA VERDAD Raimundo Arón fue profesor de La Sorbona durante dieciocho años. Había dejado de serlo hacia cuatro meses cuando, a fines de la década del 60, los estudiantes de París iniciaron una revuelta que prendió la mecha de un movimiento que, aprovechado por los comunistas, puso a nueve millones de trabajadores franceses en huelga, paralizando el país y haciendo peligrar no sólo al Gobierno sino a toda la República.
Uno de los mayores opositores a esa revuelta estudiantil fue recisamente uno de los rofesores de a uellos jóvenes: Raimundo Arón, quie or 13 haberlos tratado de ‘ S»ipe to torvamente por esos uchac mundo de la noche a aunque a regañadien chiquilines». Ya el do para ser mirado ían cambiar el ían sino reconocer, ay racional del pensamiento de Arón sobre las actitudes emocionales de los revoltosos.
Ellos reconocían que al juzgar los problemas contemporáneos Arón solfa tener la razón, pero no podían estar de acuerdo con él, pues para eso habrían tenido que dejar de ser jóvenes y no seguir jugando a la revolución y comenzar a ser adultos razonables. Ellos no eran razonables, no podían serlo, no tanto por ser jóvenes como por ser muchos: «razonable puede ser el hombre, pero los hombres no son razonables». Esos jóvenes tenían otras razones, las del corazón, «que la razón -como pensaba Pascal- no conoce».
Aquella revuelta estudiantil no fue «razo Swlpe to vlew nexr page «razonable», como tal vez no lo sea ninguna revolución, aunque sus cabecillas lleven a las barricadas a la diosa Razón, esa revuelta nació del corazón, o, mejor dicho, y como lo manifestaban los propios estudiantes, de la imaginación («la imaginación al poder», roclamaban los muros parisinos rayados por los estudiantes; «le temo a la imaginación tanto en filosofía como en política», confesaba por su parte Arón).
La revuelta se produjo a favor de la corriente del pensamiento revolucionario dominante por aquellos agitados días; en consecuencia, los jóvenes no podían estar con quien prefer(a nadar contra la corriente, como Arón. Tampoco Arón podía coincidir con ellos, pues ellos perseguían una utopía, lo que los hacía ladearse hacia la izquierda: una razón de ser de la izquierda es el descontento ante la realidad, y de allí su característica úsqueda de utopías.
Y las utopías, lamentémoslo con Arón «acusado» de derechista no pocas veces, han provocado millones de muertos con miras a la felicidad futura, lo cual no es muy razonable que digamos. Chiquillo mayor El gran contrincante de Arón era un amigo suyo, compañero de la Escuela Normal y contradictor en casi todo: Jean-paul Sartre. Éste no trataba de «chiquilines» a los estudiantes; naturalmente no podía tratarlos así si encabezaba sus manifestaciones, convertido en una especie de chiquillo mayor. Y lo era, en más de un sentido.
Arón y Sartre tenían su más frecuente motivo de discrepancias controversias en el comunismo. Sartre mantuvo con la ideología comunista una relación azarosa, con rompimientos y reconciliaciones. Arón, en cambio, 2 3 ideología comunista una relación azarosa, con rompimientos y reconciliaciones. Arón, en cambio, no se tragó jamás aquella píldora. En su muy sensible condición de pensador francés de orlgen judío, no podía tolerar los campos de concentración, las persecuciones ideológicas, el despotismo y los afanes colonialistas de la Unión Soviética.
Raimundo Arón cuestionaba el socialismo en sí, como productor fatal de tales consecuencias; en ambio Sartre las consideraba males necesarios: el desdichado camino hacia la dicha. Según Sartre, sólo se pod(a criticar a la Unión Soviética desde adentro; es decir, sólo si se participaba en el movimiento socialista (en Mi lucha se dice algo muy parecido con respecto al nacionalsocialismo). Pero tampoco se la podía criticar desde adentro.
El totalltansmo es un orden cerrado. Es autárquico. Y perfecto. Rechaza toda crítica, no mediante razones, porque las razones no son compatibles con el dogma, sino mediante la respuesta tipo del que carece de argumentos: la descalificación. Todos los anticomunistas son unos perros», ladraba Sartre. Ladridos como aquél no les molestaban a los «chiquilines»: concordaban con las violentas estridencias de toda revolución. ero aquellos jóvenes eran lo bastante lúcidos y snceros como para reconocer que la razón estaba con Raimundo Arón, y que coincidiendo con Sartre sólo coincidían con algunas ideas de la moda Mao, por ejemplo, que les justificaba la pasión, pero los distanciaba de la razón. Con cínica honestidad, los jóvenes de Mayo declaraban: «Prefiero estar equivocado con Sartre a tener la razón con Arón». Toda una escolástica 3 Prefiero estar equivocado con Sartre a tener la razón con Arón» Toda una escolástica confesión de sectarismo.
Verdades contrarias a una doctrina socavan su solidez: hay que rechazarlas. Perjudican la consistencia de los idearios políticos, religiosos, económicos. Agrietan con dudas los compromisos. Arón se consideraba un «espectador comprometido». ¿Comprometido con qué? ¿Con una religión? Él era judío, pero no practicaba el judaísmo («escribo como ciudadano francés y no como judío»). ¿Con un partido político? Si bien la derecha francesa se sintió muchas veces avalada por las opiniones de Arón, estimaba que no se puede contar con él». ?Comprometido con qué, con quién, entonces? Con la verdad. El más acertado retrato de Arón fue trazado por él mismo cuando, al serle preguntado qué valores apreciaba más, contestó: «Creo que lo más profundo de mi manera de ser y de pensar es el amor a la verdad y el horror a la mentira». El amor a la verdad y el horror a la mentira lo llevaron a defender causas poco populares y oponerse a causas muy populares. Algunas de sus declaraciones escandalizaron a los llamados bien pensantes. «El terror estalinista -sostenía- provocó más muertes que los nazis».
Dicho esto por un judío francés tiene un peso aplastante. Sobre la defensa, reconocía Raimundo Arón el valor de un ejército suficientemente disuasivo, bien dispuesto y señalaba lo mal que les iba siempre a los pacifistas. Recordaba que cuando las tropas nazis entraron en 1936 en Renania tenían la orden de retirarse si los franceses avanzaban para enfrentarlas. Pero los franceses no lo hicieron. De haberlo he 40F 13 franceses avanzaban para enfrentarlas. Pero los franceses no lo hicieron. De haberlo hecho tal vez habría cambiado el curso de la historia.
Quizá se hubieran evitado los millones de muertos de a Segunda Guerra Mundial. Como recordó después Arón, Sartre se manifestaba entonces partidario de contemporizar con los nazis, «por pacifismo, porque no se tiene derecho a disponer de la vida de los demás» (es decir, en este caso de la vida de soldados franceses), aunque por lo visto no le produjo ningún escrúpulo condenar, en relatos posteriores, a quienes también habían pensado así. La voz del silencio Con respecto al conflicto argelino, Arón tomó partido por la emancipación de Argelia.
Su posición le atrajo el repudio casi unánime del millón de franceses residentes en esa colonia. Según Arón, si a los franceses ya no les era posible permanecer en Argelia, Francia deber[a gastar en ellos, restableciéndolos en la madre patria, lo que ya estaba gastando en una guerra que no podia ganar. Era una opinión sensata, no pasional, y el tiempo le dio la razón. Demostrando que no lo arredraba vincularse con causas escasamente populares en Francia, Raimundo Arón se pronunció por el Pacto del Atlántico Norte cuando los Estados Unidos eran los malos de la película.
Debido a posiciones como aquélla, fue rompiendo con sus amigos y cayendo en un dificil aislamiento. Para evitarlo habría tenido que renunciar a sus ideas. Además, el carácter irónico y mordaz de Arón lo hacia temible hasta para sus ocasionales aliados. En cierta ocasión, después de una entrevista con el presidente de la República, dijo: «El Presldente s s 3 ocasión, después de una entrevista con el Presidente de la República, dijo: «El Presidente se lo habló todo, por lo cual quedó muy contento de su conversación conmigo’ .
Pero sin duda su actitud más criticada fue su irreducible oposición al comunismo, en un periodo en el cual sus postulados hechizaban a los pensadores franceses (y no sólo a los franceses). Arón rechazaba sarcásticamente una ideología que proclamaba en teoría la dictadura del proletariado, mientras que en la práctica los regímenes comunistas no les permitían a los proletarios ninguna de las libertades de las que disfrutaban en las economías capitalistas. «El comunismo es un sistema cuya esencia misma es la mentira».
Opiniones así convirtieron a Raimundo Arón en un opositor molesto, cuyo agudo perfil apuntaba contra el signo de los tiempos. Un «opositor aislado», así fue definido. Quienes lo apreciaban más lo consideraban «un vocero de la mayoría silenciosa», que rataba de hacer oír su voz en medio del griterío de la minoría revoltosa. No le habría sido posible unirse a las comparsas del «carnaval», como calificó la revuelta de los estudiantes, «parte de una rebelión juvenil mundlal contra la sociedad establecida El carnaval es el reinado de la desenfrenada locura y de las máscaras y los disfraces engañosos, no de la verdad ni de la razón. Yo no quería destruir la Sorbona como los estudiantes querían hacerlo sin levantar otra. Encontraba vergonzoso que una horda de chiquilines derrocase al Gobierno, al régimen y a la Francia política, paralizando además la vida económica del país», escribió. Por supuesto, a los «chiquilines» no le 6 3 politica, paralizando además la vida economica del país», escribió. Por supuesto, a los «chiquilines» no les gustó nada que calificara de «carnaval» un movimiento que se tomaban ellos tan en serio.
Más vale tarde Pensar a contrapelo de las ideas de moda y no variar ese pensamiento puede conducir, con el paso de los años, a coincidir con los anteriores contradictores. Las modas pasan, también en el mundo de las ideas. Los tiempos cambian, vuelve a ponerse e actualidad lo que se tenia por anticuado, y puede suceder que quien fuera considerado conservador y retrógrado años atrás, quede colocado a la vanguardia sólo por haber seguido pensando como antes. El tiempo venció, finalmente, a los jóvenes de Mayo. Pasó mayo y pasó la juventud. Vino su compensación: la sabiduría.
Se acercaron de nuevo al viejo maestro y comprobaron su convergencia con el, no porque Arón hubiera cambiado, sino porque su pensamiento en lo esencial no había variado con los años: quienes habían cambiado, al madurar, eran quienes habían Sldo alguna vez los revoltosos jóvenes de Mayo. Y comprendieron ahora que más digno era tener la razón con Raimundo Arón y no estar equivocado con Sartre. Más vale tarde que nunca. ¿Qué los había separado tanto? No había sido, desde luego, la diferencia de la edad, porque aquellos jóvenes habían coincidido con Sartre y con otros compañeros de generación de Arón.
Por su formación filosófica y política, Arón tendría que haber asumido, pensaban los jóvenes, algún compromiso semejante al de otros miembros de su generación. Pero Arón carecía de la capacidad camaleónica de miembros de su generación. Pero Arón carecía de la capacidad amaleónica de mimetizarse con las ideas del momento. Su posición fue nada cómoda: quedó relacionado con el pensamiento liberal, minoritario por entonces en Francia, mucho más tenido en cuenta en los países anglosajones.
En Francia quisieron pegarle una etiqueta: «El último liberal». Arón la rechazó. «Podía llegar a estar de moda algún día», predijo con cierto temor Hoy lo estaría. Tendría, si viviera, numerosos correligionarios liberales, no pocos entre quienes antes lo combatían y que, viendo que la veleta giraba para el otro lado, se colocaron la chaqueta por el revés, de al modo que la parte roja quedó como el forro. Al denunciar antes que otros la verdadera condición del régimen soviético, Raimundo Arón irritó a medio mundo.
A la izquierda le resultaba particularmente odioso que Arón supiera más acerca del comunismo que quienes lo propugnaban. Era un aguafiestas que cometía la blasfemia de oponerse a la ideología de moda y, lo peor, con conocimiento de causa. En un semanario de izquierda se sintetizó todo el resentimiento que provocaba Raimundo Arón con este anatema: «No es de los nuestros». No, no lo era. Era la negación de cuanto los jóvenes proclamaban, esonantes, como lo correcto. En la década del 60 fue casi obligatorio situarse junto al comunismo.
El comunismo «parecía proporcionar las herramientas teóricas necesarias para imaginar el mundo». La ideología comunista era entonces un tema de discusión universal. Alineados frente a frente los gobiernos, unos la rechazaban derechame tros la ejercían 8 3 frente a frente los gobiernos, unos la rechazaban derechamente mientras otros la ejerc(an siniestramente. Los jóvenes de Mayo, segun propia declaración, actuaron «bajo el sol del izquierdismo» El rojo sol del izquierdismo, que juvenilmente creyeron ser el del manecer y la esperanza y resultó ser el del ocaso y la desilusión. ?por qué bajo ese sol, precisamente? Porque a la sazón era el que más calentaba. Tras los horrores de las guerras y de las demás convulsiones de las primeras décadas del siglo veinte, la ideología comunista ofrecía coherencia. La historia tomaba con ella un cierto sentido. No era sólo el caos lleno de ruido y de furia contado por un idiota. Era un sistema. Y los jóvenes, luchando abiertamente contra el abierto sistema de Francia, se alinearon cerrando filas junto al cerrado sistema de la Unión Soviética o de la China de Mao.
Pero varios acontecimientos que le abrieron los ojos al mundo los llevaron a desertar: fueron conocidos de modo irrefutable los cr[menes del estalinismo, los tanques del Pacto de Varsovia terminaron con la Primavera de Praga, la Revolución Cultural trató de sepultar en la China una cultura milenaria, los esbirros de Fidel Castro le redactaron y le hicieron firmar a Heberto Padilla una vergonzosa confesión (al menos asi me lo confesó padilla espontánea, personal y libremente)… Redescubriendo a Arón Los jóvenes fueron alejándose de su juventud y de Sartre y se acercaron a su madurezy a Arón.
Repudiaron las pretensiones comunistas de monopolizar las ideas del progreso y de arrogarse cierto derecho a decidir quién era de izquierda y quién de derecha progreso y de arrogarse cierto derecho a decidir quién era de izquierda y quién de derecha (que la izquierda se haya identificado con el comunismo es una desgracia del siglo veinte, ha señalado Revel). Y redescubrieron y apreciaron, con «verdadero placer», el pensamiento de Arón. Por supuesto, ya lo conocían, desde cuando eran estudiantes, pero entonces había que desacreditar su posición, y no porque fuera falsa, sino porque o era la oficial de la izquierda.
Raimundo Arón era notablemente lúcido… pero era de derecha! Por lo tanto, junto con reconocer la lucidez de sus juicios, habla que precaverse contra ellos. El dogmático prefiere luchar contra otro dogmático. Están en las mismas condiciones, usan las mismas armas. Hasta pueden entenderse, a veces, firmando pactos de no agresión cuando les conviene momentáneamente a los dos bandos. Pero se descolocan luchando contra quienes a los prejuicios oponen juicios. Arón confrontaba ideas y se quedaba con las que le parecían verdaderas.
El dogmático no puede hacer so: ya eligió, desde antes, y sólo le queda oponerse a cuanto contradice su ideolog(a. Faltaban entonces muchos años todavía para que los ya no jóvenes de Mayo reconocieran que Arón «era quien había tenido razón antes que los demás acerca del estalinismo». Que su filosofía de la historia resultaba más convincente. Porque, según Arón, «la historia no está determinada ni orientada de antemano por una finalidad o por un sentido. Permanece abierta, dependiendo al fin de cuentas de los hombres, de su libertad y de su arbitrio». Ramundo Arón rechazaba el meslanismo, culpable de tantos y tan ho