Reportaje de tepotzotlán
Reportaje de tepotzotlán gy kueuatl HOR6pR 16, 2011 5 pagos Tepozotlán, Estado de México Carlos Cuevas García Antes de la primera caseta de pago de la autopista México- Querétaro está la desviación hacia Tepotzotlán. Un kilómetro más adelante se encuentra Tepotzotlán, en medio de un poblado que cada día se debate entre el encanto provinciano y la mancha urbana que amenaza con sofocarlo. Tepotzotlán fue un antiguo asentamiento otomí.
Se le encomendó a la orden de los jesuitas, quienes establecieron ahí un noviciado que funcionó de 1587 a 1591. Actualmente a este ex convento se le conoce como el Museo Nacional del Virreinato. La blancura de la cantera, la elevación del templo y la torre, el cielo sin nubes que lo envuelve la vista ue se extiende cuando Sw p to page el observador mira a comerciantes que ve er compactos pirata. Frente al convento mar de colores y aro enario de ors m y hasta discos II se extiende un intos estados del pa[s.
La estructura de los puestos es sencilla: tubos que arman un cubo de metal donde es puesta una tabla que sirve para exponer los diferentes productos y una delgada tela que envuelve el squeleto de metal; otros puestos son más sencillos, las pers personas sólo se sientan sobre las piedras redondas y pulidas que un día formaron parte de un río y ahora sirven para poner una manta y ofrecer mercancía diversa.
Juan García, originario de Veracruz, viste un pantalón blanco, una guayabera y botas vaqueras y con una gran sonrisa p atica «mi camisa es de volador de papantla, es una guayabera pero con más colores». Todos los fines de semana llega a esta parte del Estado de México «hago cinco horas más una de México para acá». Juan es campesino y también forma parte de un grupo de oladores de Papantla, esta actividad le ha brindado muchas experiencias; viajes por toda la República mexicana, incluso, ha viajado a Japón, Australia y Alemania. Afortunadamente reciben bien todo lo mexicano» dice al tiempo que arregla las guayaberas que vende y cuyos colores son brillantes y hermosos; perfectamente planchadas. Además también vende abanicos totonacas a «35 pesitos cada uno». Este campesino estudió sólo hasta el segundo año de primaria pero eso no le quitó suspicacia, y fue tanta su inteligencia y ganas de ayudar que ahora es delegado en su pueblo.
El viajero se retira y en su cara se dibuja la sonrisa de sus antepasados, esos que moldearon en barro las cantas sonrientes de los antiguos totonacas, que rompieron con toda la solemnidad mexica y m RI_IFS caritas sonrientes de los antiguos totonacas, que rompieron con toda la solemnidad mexica y maya. Una anciana borda sobre tela blanca algunas flores amarillas, estrellas azules y venados sepia. Es Doña Jusipina, vende sus carpetas a 25 pesos, viene de Querétaro, su voz es débil igual que su complexión, parece querer regresar a su ombligo para volver a nacer.
Sin embargo le gusta platicar, no para de hablar, y a veces ríe, otras veces su rostro se tensa y los ojos se le ponen vidriosos ‘Tengo tres hijas, pero todos sus maridos son borrachos, les pegan y se gastan la raya en la cantina y no les dan para el ‘gasto’, ellas lavan ropa ajena, pero a escondidas porque si sus maridos se dan cuenta les pegan» Jusipina calla por primera vez y sus ojos negros se clavan en un punto lejano tratando de encontrar algo que yace perdido en el pasado y por fin, continúa «Por eso yo vengo aquí a vender mis carpetitas, para ayudarle a mis hijas»
Gasta setenta pesos de ida y setenta para regresar con sus 81 años a cuestas a su tierra, Mialco, Querétaro. Poco después se acercan otras dos mujeres, una adolescente y otra como de 50 años. Vienen a ver qué sucede, se acercan a mí con una mirada curiosa. El cansancio se les nota en el semblante de la cara y la manera de andar, el producto de la miseria de sus lugares 31_1fS nota en el semblante de la cara y la manera de andar, el producto de la miseria de sus lugares de origen se les ve en la piel, los cabellos y las miradas.
Incluso por la forma que Jusipina tiene de hablar. Sin embargo, llega Lupta, una niña de seis años, trae en la mano un raspado de grosella, se la cae la parte de arriba pero a la pequeña no le importa, lo recoge del suelo y comienza a comerlo. Lupita es nieta de Jusipina. Su delgadez supone más desnutrición que complexión hereditaria, la piel es de color piloncillo pero su mirada no está cansada como la de su abuela y tras, no, de sus ojos de capulín brota la frescura de los primeros años, pero sobre todo; sus ojos están llenos de esperanza. que te vaya bien» me dice Jusipina, quien por primera vez aumentó el volumen de su voz. El cielo comienza a tornarse ocre y golondrino. Algunas personas comienzan a recoger su mercancía. Quienes no lo hacen son unas mujeres oaxaqueñas que venden huipiles y otro tipo de ropa bordada en telar de cintura, ésta es su principal fuente de ingresos, incluso me ofrecen aprender a utilizarlo entre risas que suponen burla, ya que los hombres de su pueblo se dedican a la agricultura, la música, la artesanía u otro tipo de oficios. Todas se desbordan de risa y muestran sus blancas y perfectas dentaduras.
Les doy 406 S de oficios. Todas se desbordan de risa y muestran sus blancas y erfectas dentaduras. Les doy las gracias por invitarme pero me retiro mientras me despiden risueñas en su dialecto. Al fondo de la plaza comienzan a escucharse unos tambores que tocan un grupo de jóvenes mientras otros comienzan a bailar. Rompen de plano con la tranquilidad y el murmullo de los comerciantes que minutos antes se escuchaba; se apropian de la plaza y comienza a oler a marihuana y las cervezas se hacen presentes atrapadas en bolsas de plástico.
A pesar de este cambio, la plaza de Tepotzotlán no se transforma en su esencia pues todavía guarda el estilo rovlnclano que aunque amenazado por constructoras o consorcios habitacionales; por migrantes nacionales o extranjeros; comerciantes de piratería, o de la más pura artesanía del interior de la República, en la Plaza de Tepotzotlán seguirá reinando la torre del ex convento, que desde hace más de tres siglos ha regido sobre las construcciones que frente a sus pies se levantan y a cuyos pies no ha dejado que la sobrepoblación de la mancha urbana se cuele por los ribetes de su cantera blanca que continúa guardando los pasos de los habitantes autóctonos y de los monjes jesuitas. SÜFS