Vida y misterio de jesús de nazaret tomo i-josé luis martín descalzo.

marzo 12, 2019 Desactivado Por admin

Vida y misterio de jesús de nazaret tomo i-josé luis martín descalzo. ay m. ‘ECORMARlAE I AEKa6pFl 03, 2010 | 177 pases josé luis martín descalzo vida y misterio de jesús de nazaret I los comienzos ediciones sigúeme NUEVA ALIANZA 103 or177 vida y misterio de jes d to View nut*ge SEGUNDA EDICION Otras obras de J. Martin Descalzo publicadas por Ediciones Sigúeme: – La hoguera feliz (Pedal, 161), 2. a ed. – La Iglesia, nuestra hija (Pedal, 174), 2. a ed. – Palabras cristlanas de CII. Péguy (Pedal, 1 63), 5. a ed. (Selección, traducción e introducciones de J. L. Martin Descalzo). diciones sigueme – salamanca 1986 CONTENIDO Introducción 1. El mundo en que vivió Jesús l. Roma: un gigante con pies de barro II. Un oscuro rincón del imperio III. Un país ocupado yen lucha 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. g. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. El origen Nacido de mujer El abrazo de las dos mujeres La sombra de losé Belén: el comienzo de la gran locura La Drimera 255 273 285 285 292 307 312 319 341 O Ediciones Sigúeme, 1 986 Apartado 332 – 37080 Salamanca (España) ISBN: 84-301-0994-3 (obra completa) ISBN. 84-301-0993-5 (tomo l) Depósito legal: S. 460-1986 printed in Spain Imprime: Gráficas Ortega, S.

A. Polígono El Montalvo – Salamanca, 1986 INTRODUCCION Y vosotros ¿quién decís que soy yo? (Me 8, 27). Hace dos mil años un hombre formuló esta pregunta a un grupo de amigos. Y la historia no ha terminado aún de responderla. El que preguntaba era simplemente un aldeano que hablaba a un grupo de pescadores. Nada hacía sospechar que se tratara de alguien importante. Vestía pobremente. El y los que le rodeaban eran gente sin cultura, sin lo que el mundo llama «cultura». No poseían títulos ni apoyos. No tenían dinero ni posibilidades de adquirirlo. No contaban con armas ni con poder alguno.

Eran todos ellos jóvenes, poco más que unos muchachos, y dos de llos —uno precisamente el que hacía la pregunta— morirían antes de dos años con la más violenta de las muertes. Todos los demás acabarían, no mucho después, en la cruz o bajo la espada. Eran, ya desde el principio y lo serían siempre, odiados por los poderosos. Pero tampoco los pobres terminaban de entender lo que aquel hombre y sus doce amigos predicaban. Era, efectivamente, un incomprendido. Los violentos le encontraban débil y manso. Los custodios del orden le juzgaban, en cambio, violento y peligroso.

Los cultos le despreciaban y le temían. Los poderosos se reían de su locura. Había dedicado toda su vida a e despreciaban y le temían. Los poderosos se reían de su locura. Había dedicado toda su vida a Dios, pero los ministros oficiales de la religión de su pueblo le veían como un blasfemo y un enemigo del cielo. Eran ciertamente muchos los que le seguían por los caminos cuando predicaba, pero a la mayor parte les interesaban mas los gestos asombrosos que hacía o el pan que les repartía alguna vez que todas las palabras que salían de sus labios.

De hecho todos le abandonaron cuando sobre su cabeza rugió la tormenta de la persecución de los poderosos y sólo su madre y tres o cuatro amigos más le acompañaron en su agonía. La tarde de aquel viernes, cuando la losa de un sepulcro prestado se cerró sobre su cuerpo, nadie habría dado un céntimo por su memoria, nadie habr(a podido sospechar que su 10 Introducción recuerdo perduraría en algún sitio, fuera del corazón de aquella pobre mujer —su madre— que probablemente se hundiría en el silencio del olvido, de la noche y de la soledad. Y… in embargo, veinte siglos después, la historia sigue girando en torno a aquel hombre. Los historiadores —aún los más opuestos a él— siguen diciendo que tal hecho o tal batalla ocurrió tantos o cuantos años antes o después de él. Media humanidad, cuando se pregunta por sus creencias, sigue usando su nombre para denominarse. Dos mil años después de su vida y su muerte, se slguen escribiendo cada año más de mil volúmenes sobre su persona y su doctrina. Su historia ha servido como inspiracion para, a de mil volúmenes sobre su persona y su doctrina.

Su historia ha servido como inspiración para, al menos, la mitad de todo el arte que ha producido el mundo desde que él vino a la tierra. Y, cada año, decenas de miles de hombres y mujeres dejan todo — su familia, sus costumbres, tal vez hasta su patria— para seguirle nteramente, como aquellos doce primeros amigos. ¿Quién, quién es este hombre por quien tantos han muerto, a quien tantos han amado hasta la locura y en cuyo nombre se han hecho también —iay! — tantas violencias? Desde hace dos mil años, su nombre ha estado en la boca de millones de agonizantes, como una esperanza, y de millares de mártires, como un orgullo. Cuántos han sido encarcelados y atormentados, cuántos han muerto sólo por proclamarse seguidores suyos! Y también iay! — icuántos han sido obligados a creer en él con riesgo de sus vidas, cuántos tiranos han levantado su nombre como una andera para justificar sus intereses o sus dogmas personales! Su doctrina, paradójicamente, inflamó el corazón de los santos y las hogueras de la Inquisición. Disc(pulos suyos se han llamado los misioneros que cruzaron el mundo sólo para anunciar su nombre y discípulos suyos nos atrevemos a llamarnos quienes —’por fin! ?? hemos sabido compaginar su amor con el dinero. ¿Quién es, pues, este personaje que parece llamar a la entrega total o al odio frontal, este personaje que cruza de medio a medio la historia como una espada ardiente y cuyo nombre —o cuya falsificación— produce frutos tan opuestos de amor o 0F una espada ardiente y cuyo nombre —o cuya falsificación— produce frutos tan opuestos de amor o de sangre, de locura magnifica o de vulgaridad? ¿Quién es y qué hemos hecho de él, cómo hemos usado o traicionado su voz, qué jugo mistenoso o maldito hemos sacado de sus palabras? ?Es fuego o es opio? ¿Es bálsamo que cura, espada que hiere o morfina que adormila? ¿Quién es? ¿Quién es? Pienso que el hombre que no ha respondido a esta pregunta puede estar seguro de que aun no ha comenzado a vivir. Ghandi escribió una vez: Yo digo a los hindúes que su vida será imperfecta si no estudian respetuosamente a vida de Jesús. ¿Y qué pensar entonces de los cristianos — ¿cuántos, Dios mío? — que todo lo desconocen de él, que dicen amarle, pero jamás le han conocldo personalmente?

Y es una pregunta que urge contestar porque, si él es lo que dijo de sí mismo, si él es lo que dicen de él sus discípulos, ser hombre es algo muy distinto de lo que nos imaginamos, mucho más importante de lo que creemos. Porque si Dios ha sido hombre, se ha hecho hombre, gira toda la condición humana. Si, en cambio, él hubiera sido un embaucador o un loco, media humanidad estaría perdiendo la mitad de sus vidas. Conocerle no s una curiosidad. Es mucho más que un fenómeno de la cultura. Es algo que pone en juego nuestra existencia. Porque con Jesús no ocurre como con otros personajes de la historia.

Que César pasara el Rubicán o no lo pasara, es un hecho que puede ser verdad o mentira, pero que en nada cambia el sentido de mi vida. Que Carlos un hecho que puede ser verdad o mentira, pero que en nada cambia el sentido de mi vida. Que Carlos V fuera emperador de Alemania o de Rusia, nada tiene que ver con mi salvación como hombre. Que Napoleón muriera derrotado en Elba o que llegara siendo emperador al final de sus días, no moverá hoy a n solo ser humano a dejar su casa, su comodidad y su amor y marcharse a hablar de él a una aldehuela del corazón de África. Pero Jesús no, Jesús exige respuestas absolutas.

El asegura que, creyendo en él, el hombre salva su vida e, ignorándole, la pierde. Este hombre se presenta como el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6). Por tanto —si esto es verdad— nuestro camino, nuestra vida, cambian según sea nuestra respuesta a la pregunta sobre su persona. ¿Y cómo responder sin conocerle, sin haberse acercado„ a su historia, sin contemplar los entresijos de su alma, sin haber leído y releído sus palabras? Este libro que tienes en las manos, es, simplemente, lector, el testimonio de un hombre, de un hombre cualquiera, de un hombre como tú, que lleva cincuenta años tratando de acercarse a su persona.

Y que un día se sienta a la máquina —como quien cumple un deber— para contarte lo poco que de él ha aprendido. El Cristo de cada generación Pero ¿es posible escribir hoy una vida de Cristo? Los científicos, los especialistas en temas bíblicos, responden hoy, casi unánimemente, que no. Durante los últimos doscientos años se han escrito en el mundo bastantes centenares de vidas de Cristo. Pero desde hace años eso se vien an escrito en el mundo bastantes centenares de vidas de Cristo. Pero desde hace años eso se viene considerando una aventura imposible.

A fin de cuentas y salvo unos cuantos datos extraevangélicos no contamos con otras fuentes que las de los cuatro evangelios y algunas aportaciones de las epístolas. Y es claro que los evangelistas no quisieron hacer una «biografía» de Jesús, en el sentido técnico que hoy damos a esa palabra. No contamos con una cronología segura. Un gran silencio 12 13 cubre no pocas zonas de la vida de Cristo. Los autores sagrados escriben, no como historiadores, sino como testigos de una e y como catequistas de una comunidad. No les preocupa en absoluto la evolución interior de su personaje, jamás hacen pslcología.

Cuentan desde la fe. Sus obras son más predicaciones que relatos científicos. Y, sin embargo, es cierto que los evangelistas no inventan nada. Que no ofrecen una biografía continuada de Jesús, pero sí lo que realmente ocurrió, como confiesa Hans Küng. Es cierto que el nuevo testamento, traducido hoy a mil quinientos idiomas, es el libro más analizado y estudiado de toda la literatura y que, durante generaciones y generaciones, millares de estudiosos se han volcado sobre él, oincidiendo en la interpretación de sus páginas fundamentales. ?por qué no habrá de poder «contarse» hoy la historia de Jesús, igual que la contaron hace dos mil años los evangelistas? Tras algunas décadas de desconfianza —en las que se prefirió el ensayo gen los evangelistas? Tras algunas décadas de desconfianza —en las que se prefirió el ensayo genérico sobre Cristo al género «vida de Cristo»— se vuelve hoy, me parece, a descubrir la enorme vitalidad de la «teología narrativa»y se descubre que el hombre medio puede llegar a la verdad mucho más por caminos de narración que de frio estudio científico. r mucho que corran los siglos —acaba de decir Torrente Ballester— siempre habrá en algún rincón del planeta alguien que cuente una historia y alguien que quiera escucharla. Pero ¿no hay en toda narración un alto riesgo de subjetivismo? Albert Schweitzer, en su Historia de los estudios sobre la vida de Jesús escribió: Todas las épocas sucesivas de la teología han ido encontrando en Jesús sus propias ideas y sólo de esa manera consegu(an darle Vlda. Y no eran sólo las épocas las que aparecían reflejadas en él: también cada persona lo creaba a imagen de su propia personalidad.

No hay, n realidad, una empresa más personal que escribir una vida de Jesús. Esto es cierto, en buena parte. Más: es inevitable. Jesús es un prisma con demasiadas caras para ser abarcado en una sola vida y por una sola persona e, incluso, por una sola generación. Los hombres somos cortos y estrechos de vista. Contemplamos la realidad por el pequeño microscopio de nuestra experiencia. Y es imposible ver un gigantesco mosaico a través de la lente de un microscopio.

Por ella podrá divisarse un fragmento, una piedrecita, Y así es cómo cada generación ha ido descubriendo tales o cuales «zonas» d ragmento, una piedrecita, Y así es cómo cada generación ha ido descubriendo tales o cuales «zonas» de Cristo, pero todos han terminado sintiéndose insatisfechos en sus búsquedas inevitablemente parciales e incompletas. El Cristo de los primeros cristianos era el de alguien a quien habían visto y no habían terminado de entender. Lo miraban desde el asombro de su resurrección y vivían, por ello, en el gozo y también en la terrible nostalgia de haberle perdido.

Su Cristo era, por eso, ante todo, una dramática esperanza: él tenia que volver, ellos necesitaban su presencia ahora que, después de muerto, mpezaban a entender lo que apenas habían vislumbrado a su lado. El Cristo de los mártires era un Cristo ensangrentado, a quien todos deseaban unirse cuanto antes. Morir era su gozo. Sin él, todo les parecía pasajero. Cuando san Ignacio de Antioquía grita que quiere ser cuanto antes trigo molido por los dientes de los leones para hacerse pan de Cristo está resumiendo el deseo de toda una generación de fe llameante.

El Cristo de las grandes disputas teológicas de los primeros siglos es el Cristo en cuyo misterio se trata de penetrar con la inteligencia humana. Cuando san Gregorio de Nisa cuenta, con una punta de ironía, que si reguntas por el precio del pan el panadero te contesta que el Padre es mayor que el Hijo y el Hijo está subordinado al Padre y cuando preguntas si el baño está preparado te responden que el Hijo fue creado de la nada, está explicando cómo esa inteligencia humana se ve, en realidad, d el Hijo fue creado de la nada, está explicando cómo esa inteligencia humana se ve, en realidad, desbordada por el misterio.

Por eso surgen las primeras herejías. El nestorianismo contempla tanto la humanidad de Cristo, que se olvida de su divinidad. El monofisitismo reacciona contra este peligro, termina por pintar un Cristo «vestido» de hombre pero no «hecho» hombre, por imaginar a alquien «como» nosotros, pero no a «uno de» nosotros. Y, aún IQS que aciertan a unir los dos polos de ese misterio, lo hacen, muchas veces, como el cirujano que tratara de coser unos brazos, un tronco, una cabeza, unas piernas, tomadas de aquí y de allá, pegadas, yuxtapuestas, difícilmente aceptables como un todo vivo.

El Cristo de los bizantinos es el terrible pantocrator que pintan en sus ábsides, el juez terrible que nos ha de pesar el último día. Es un vencedor, SÍ; un ser majestuoso, si; pero también desbordante, aterrador asi. Para los bizantinos el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina. Olfateaban que pronto de su imperio sólo quedarían las ruinas y buscaban ese cielo de oro de sus mosaicos en el que, por fin, se encontrarían salvados.

El Cristo medieval es «el caballero ideal», aquel a quien cantaban las grandes epopeyas, avanzando por el mundo en busca de justicia, aun cuando esta justicia hubiera de buscarse a punta de espada. Más tarde, poco a poco, este caballero irá convirtiéndose en el gran rey, en el emperador de almas y cuerpos que respalda —itantas veces! — los planteamientos políticamente absolut In